lunes, 8 de febrero de 2016

Una entre un millón

 Una entre un millón

 Hacía dos meses que no miraba aquel rincón que ahora permanece pulcramente vacío porque ya no está el cuadro (también llamado bastidor, chasis o marco) de la bicicleta, lo único que quedaba del ciclo comprado en el momento más difícil del transporte cubano en la década de los años 90 del siglo pasado.

Antes de quedar solo esa parte, desapareció el manubrio lanzado al basurero por mi hermana, quien decía que estaba debilitado porque al romperse, le di un punto de soldadura. Siguiendo esa lógica, sugerí botar el tenedor, otra pieza que también requirió la misma reparación por una ligera fractura, afortunadamente detectada antes de montarla.

Lo primero que se le quitó fueron los pedales, o mejor dicho, el eje porque lo demás estaba desprendido. Así fueron mermando sus componentes y se conservaban los que creíamos poder utilizar para armar otra con lo mejor de lo popularmente llamado Plátano Burro, o simplemente Burra, por ser verde, color del entonces producto agrícola más fácil de conseguir y que también semejaba al ciclo por su rusticidad.

Esa bicicleta estaba entre las vendidas a través de centros de trabajo en Villa Clara, y formaba parte del lote de un millón fabricado por la INPUD en saludo a un Primero de Mayo, fecha en que su colectivo desfiló con carteles referidos a la meta de producción de un medio de transporte muy publicitado en la época, sobre todo por cierto personaje que entraba a los poblados pedaleando, aunque ello costara que en vez de un vehículo automotor usara dos, uno para él, y otro para llevarle los ciclos.

Cuando vi la cifra 1 000 000 escrita en pancartas portadas por trabajadores de la industria, llegué a la conclusión de que podría haber 999 999 rodando, pero no la mía porque los pedales chocaban contra el cuadro.

Quizás otro viernes comente cómo logré que la cifra de ciclos en funcionamiento fuera la de la ansiada meta al incorporar mi burra. Hoy, el propósito es despedir cariñosamente a un artefacto que cuando el país se preparaba para la Opción Cero combustible, permitió que un millón nos trasladáramos a costa de bajar de peso y no precisamente por las carestías alimentarias del momentos, sino por el esfuerzo casi sobrehumano para rodar una bicicleta diseñada para hacerla con menos materiales y no para avanzar con facilidad como las importadas en ese tiempo y que a una buena cantidad no nos tocó disfrutar de comprar las chinas Forever o Flying Pigeon que todavía andan por las calles cubanas.

¡Qué más decir para despedirme de la Plátano Burro, otro de los tantos productos de la resistencia cubana para andar por irrenunciables caminos inéditos!

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