lunes, 8 de febrero de 2016

Buquenques: una historia de catetos e hipotenusas

Buquenques: una historia de catetos e hipotenusas
El buquenque o gestor de pasaje se ha convertido en uno de los empleos más controvertidos de los últimos años en Cuba...

Félix Manuel González Pérez

  Mi vecino Amaury es todo un emprendedor. De los verdaderos, no de los que renuncian al primer contratiempo. Él sí lo ha intentado todo. Ha sido albañil, plomero, estibador, soldador, panadero… Nunca lo han intimidado estos trabajos, pero siempre se las arregla para encontrarles defectos y después de unos meses termina siéndoles infiel.

Hace dos semanas empezó a trabajar de buquenque en la piquera de la terminal de ómnibus. Buquenque es el término que -en Cuba- identifica a quienes se dedican a pregonar, vociferar, estimular y algunas veces, casi a obligar a los transeúntes a llenar los almendrones y taxis que realizan viajes intermunicipales e interprovinciales.

Claro que la obligación de los buquenques es simbólica. La circunstancia y la “calidad” del transporte público dan siempre el empujón definitivo.

El Estado cubano encontró -una vez más- el eufemismo perfecto para legalizar esta modalidad de trabajo por cuenta propia. Los nombró Gestores de pasaje. Y por supuesto, no es lo mismo ser buquenque que “gestor de pasaje”; pero es igual.

Amaury está convencido de haber encontrado el empleo perfecto. Solo trabaja los días pares del mes, a media jornada, no tiene un jefe directo que controle o fiscalice su trabajo y gana en un día lo que yo gano en un mes. Así mismo me lo dijo y tuve que quedarme callado. Últimamente cada vez que hablo con un cuentapropista, le encuentro un atractivo particular al silencio.

Los gestores de pasaje de taxis intermunicipales ganan 5 pesos cubanos por cada automóvil que logren llenar; y los de viajes interprovinciales cobran una comisión equivalente al precio total de una plaza en el anhelado medio de transporte. Por ejemplo: hacia Pinar del Río, una de las provincias más cercanas a la capital, el buquenque gana 5 cuc cada vez que llene un carro, lo demás va para la cuenta del chofer.

Normalmente Amaury gana entre 5 y 10 cuc al día, “cuando el transporte está bueno”. “Si el tiempo está malo o suspenden los viajes en las terminales de ómnibus y trenes, los precios aumentan porque la demanda es mayor que la oferta y por consiguiente, se gana mucho más dinero”, explica con la misma certeza de aquellos días en los que ejercía como profesor de Economía Política en el tecnológico donde estudió Contabilidad y Finanzas.

El trabajo de buquenque en Cuba tiene muchos pros y pocos contras. Los tributos que deben pagar en materia de seguridad social, impuestos por cuenta propia y sindicato son considerablemente bajos en relación con los ingresos.

Trabajar de pie durante toda la jornada, o tener que alzar la voz para que la gente escuche su llamado, son sacrificios semejantes a los que hace un custodio o un vendedor de maní por una cifra mucho más baja.

El gestor de pasaje cobra como si se pasara el día rígido y empinado cual estatua o utilizara sus cuerdas vocales como cantante de ópera.
A los taxistas, por supuesto, no les interesa mucho. El buquenque les ahorra el trabajo de orientación y disposición de los pasajeros. El principal afectado continúa siendo el cubano de a pie. Si los buquenques les cobran a los choferes, los choferes les cobran a los pasajeros. Es lógica simple.

Tales no se equivoca. En este triángulo los transeúntes seguirán siendo los catetos, quienes, obligados por la insuficiencia del transporte público, tienen que sumarse para elevar al cuadrado el sueldo de aquellos que, como mi vecino Amaury, son las hipotenusas.

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