lunes, 15 de febrero de 2016

Leyendas de amor más allá de los tiempos

El Palomar era morada de dos jóvenes esposos, él francés y ella oriunda de la octava villa
Los símbolos que alguna vez fueron motivados por el amor no se destruyen aunque pasen los años, y cada ciudad guarda algunos de ellos como regalo a los visitantes y herencia de los nativos, aunque muchos no conozcan la historia o no se interesen por ella.

Versiones de amantes hay muchas, unas con finales felices y otras no tanto; en Villa Clara son especialmente evocadas dos leyendas de trágicos desenlaces que desembocaron en la muerte.
Muy cerca del Monumento al Tren Blindado, en Santa Clara, se encuentra el Puente de la Cruz, un punto reconocido de la ciudad, no así la fábula que se esconde tras la imagen de concreto que permanece imperecedera como testigo de muchas épocas.

Dicen que cuando los remedianos llegaron a Santa Clara, ya en las márgenes del Arroyo del Monte, hoy Cubanicay, estaba una cruz de madera clavada en la tierra.

Los vecinos contaron que allí yacía enterrada una muchacha, de nombre María, víctima de una disputa entre su adorado amante y el hermano de ella, celoso de aquel idílico romance.
Los remedianos decidieron perpetuar la imagen del amor y cada año renovaban la cruz, que finalmente pasó a presidir el puente y terminó por poseer la fortaleza de cemento.

En el Callejón de Jesús Crespo, en Remedios, los vecinos se identifican con el nombre de El Palomar, un antiguo torreón que existió allí, tesorero de una de las fábulas más lindas de las zonas.

El Palomar era morada de dos jóvenes esposos, él francés y ella oriunda de la octava villa, que vivieron una pasión desenfrenada, aunque por poco tiempo.

Muy reciente de contraídas las nupcias, la muchacha enfermó de tuberculosis y murió, fue entonces cuando Finalé, que así se llamaba el mozo, decidió enterrarla en el patio del fortín.

Aún caliente la tumba, el muchacho sucumbió a la tristeza y partió al encuentro de su amada; dicen que a partir de ahí, dos palomas blancas aparecían en el balcón del torreón y se arrullaban a la vista de todos.

Los pobladores creyeron que eran las almas de los enamorados y así pervivió la leyenda de generación en generación.

Hasta los días de hoy, ambas historias permanecen en el imaginario popular y se encargan de dar color a los pueblos y ciudades de Villa Clara, en franco legado a visitantes y nativos. / Mairyn Arteaga Díaz-ACN  

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