WASHINGTON.—Sin apenas tocar tierras cubanas, los tractores de la
compañía estadounidense Cleber LLC ya aran en la opinión pública
internacional y las relaciones entre Washington y La Habana.
Esta pequeña compañía fundada el año pasado por un hombre de negocios de
origen cubano, Saul Berenthal, y un norteamericano, Horace Clemmons,
busca llevarse la arrancada del deshielo del Estrecho de la Florida y
ser la primera empresa en instalarse en la Zona Especial de Desarrollo
Mariel (ZEDM), el proyecto de infraestructura e inversiones más
importante de Cuba en estos momentos.
Y hace poco Cleber LLC, con sede en Alabama, dio un paso que la pone un poco más cerca de sus objetivos.
La Oficina de Control de Activos Extranjeros, una de las entidades que
maneja bajo cuatro llaves el comercio norteamericano con Cuba, le otorgó
la semana pasada una inédita licencia para montar una planta con la que
piensan producir anualmente hasta 1 000 tractores de pequeño porte.
Antes habían conseguido el permiso del Departamento de Comercio, que
junto al del Tesoro son los que gestionan las principales medidas
ejecutivas de la administración de Barack Obama para cambiar la
aplicación de algunos aspectos del bloqueo, que aún se mantiene en pleno
vigor.
Cleber presentó el año pasado la ficha preliminar de su proyecto ante la Oficina de la ZEDM y fue bien acogida.
Tras cerca de nueve meses esperando la respuesta de las autoridades
norteamericanas, ahora puede iniciar los trámites establecidos para
instalarse en esa Zona Especial de Desarrollo, donde ya están ubicadas
empresas de México, Brasil y España y que cuenta con cientos de
solicitudes de diversas partes del mundo.
Pero si algo no le ha faltado a Horace Clemmons y Saul Berenthal para
estar al frente de gigantes de la industria norteamericana es voluntad.
Según la AP, los fundadores de Cleber se conocieron cuando trabajaron en
IBM en la década de 1970. Los dos dejaron la compañía para formar una
exitosa empresa de software para máquinas registradoras que llegó a
ganar 30 millones de dólares al año y que vendieron en 1995.
Su proyecto actual consiste en ensamblar piezas disponibles de forma
comercial para fabricar un tractor de 25 caballos, duradero y de fácil
mantenimiento, que se venderá por menos de 10 000 dólares, según los
propios fundadores.
“Todo el mundo quiere ir a Cuba a vender algo, pero nosotros no
intentamos hacer eso. Estudiamos el problema y cómo ayudar a Cuba a
resolver los problemas que ellos consideran que son los más importantes
de resolver”, dijo Clemmons a la agencia AP después de recibir el
permiso de la OFAC.
Cleber trajo hasta la pasada Feria Internacional de La Habana un modelo
funcional de su Oggún o “tractor caballo de hierro”, un equipo económico
pero potente con el que esperan llegar a los pequeños y medianos
productores de la Isla.
Clemmons, al pie del Oggún, le explicó entonces a este diario que se
trata de una actualización de un modelo del siglo pasado, con el que
muchas granjas estadounidenses lograron la transición hacia la
producción moderna y que creen sería muy eficiente en las condiciones
actuales de la agricultura cubana.
La compañía tiene concepto abierto del sistema de propiedad intelectual y
está interesada en la participación de especialistas cubanos en la
mejora de su tractor o el diseño de nuevas maquinarias que puedan
funcionar con la misma base.
Además piensan publicar todos los planos en Internet para permitir que
sus clientes cubanos y de otros lugares puedan reparar los equipos con
más facilidad.
Más allá de si un día sea común ver los “caballos de hierro” de Cleber
en los campos cubanos, su historia es una prueba del fértil terreno de
las relaciones entre Estados Unidos y Cuba y de los obstáculos que aún
impone el bloqueo.
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